Ni una ni dos ni tres... ¡sino cinco! Esta frase que tanto repitiésemos mis compañeros de universidad y yo parece tener cabida en esta semana mía, puesto que cinco es el número de veces que he visto la película del robot ecologista durante la última semana y media.
La verdad sea dicha, siento una gran pena en mi interior por no haber visto este largometraje en la gran pantalla. Estoy seguro de que hubiese sido una gran experiencia, puesto que tiene escenas que visualmente lucirían mucho mejor en el cine.
Pixar nunca me ha llegado a defraudar, la verdad. De las veinte películas que hasta el momento a producido, únicamente una ha sido la que no he visto (El viaje de Arlo) y nunca he valorado negativamente el producto que he visto.
El hecho de que Pixar sea una compañía subsidiaria de Walt Disney Studios tiende a ser bastante beneficioso para ambas empresas, si bien es cierto que a veces se nota que quien manda es Disney y por tanto se dan ciertos errores que esperemos que nunca vuelvan a pasar. Sin embargo, esto no implica las películas de Pixar tengan que tener un estilo Disney. De hecho, esto no es así en absoluto.
Wall·E trata un argumento que no estaría de más volver a tomar hoy en día. El ecologismo. Ya desde el primer acto se nos presenta un Planeta Tierra en el que la vida se ha vuelto inviable debido a la contaminación. Aunque no llega a decirse directamente en ningún momento, parece ser que una multinacional manejaba el planeta sin competencia ninguna, siendo más importante si cabe que cualquier gobierno.
Con este panorama tan poco agradable aparece el robot reciclador WALL·E, único robot superviviente en el planeta y nos ameniza el primer acto con su tierna personalidad. También nos enamora cuando conoce a EVA, un robot procedente del espacio (donde ahora se hospeda la humanidad) encargado de buscar vida vegetan en el planeta. La verdad es que difícilmente uno no se siente identificado con el simpático robot.
Lo curioso de este largometraje es el tema del idioma. El primer acto transcurre casi en su totalidad sin mediar palabra, cosa que nadie echará en falta debido a la magistral calidad con la que se planeó el guión. Ya en el segundo acto, las conversaciones empezarán a ser más habituales a lo largo del desarrollo, pero bien es cierto que no en todas las escenas, puesto que sigue habiendo momentos como el primer acto, en el que la acción de los robots acapara toda la importancia.
Este hecho es bastante original y hace que incluso el público más infantil pueda conectar con la película, puesto que niños de cuatro o cinco años no están preparados para entender un argumento complejo lleno de conversaciones y datos. Necesitan un producto mucho más visual, y WALL·E es capaz de darles dicho producto.
El desenlace del largometraje, sin embargo, lo considero bastante más adulto. Creo firmemente que se hizo así para contentar a ese adulto que va obligado por sus hijos a ver la película, que de este modo él también disfrute de ciertos detalles que tal vez a los más pequeños se les pase.
En definitiva, una de esas películas de Pixar que nunca me olvidaré de recomendar. Visionado obligatorio.
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